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Víctor Jara, 50 años

En el PCE sentimos una gran hermandad con Chile. Nos unen lazos de solidaridad con profundas raíces, como las sembradas por Pablo Neruda, que consiguió que se fletara el barco Winnipeg para evacuar a miles de republicanos españoles, y gracias al que tantos se salvaron, emigrando a Chile. Nos unen lazos de lucha, los de haber compartido y padecido designios similares, la represión de un gobierno fascista, aquí el del general Franco, allí los de Pinochet. En aquellos tiempos sombríos, la voz de sus grandes cantautores, la del mártir Víctor Jara, la de Patricio Mans, Violeta Parra, Quilapayun, o Inti-Illimani, eran un aliento profundo para nuestro combate, para mantenernos en pie, y nos recordaban aquello que decía Allende, que nuestra fuerza radica en nuestros principios. Ambos países salimos de las dictaduras de manera parecida, desde el propio vientre del régimen, con una reforma propiciada por elementos del franquismo y del pinochetismo, sin una ruptura democrática. Aunque en Chile de una manera más saludable, porque han podido hacer más justicia que la que hicimos aquí, juzgando y condenando a algunos de los autores de los crímenes de la dictadura.

Chile, la evidencia del golpe militar organizado por los EE.UU de Nixon y Kissinger, también significó un tema de reflexión profunda para los comunistas que libraban su batalla en los países occidentales, y que, como Allende, pretendían llegar al poder a través de la victoria electoral. La experiencia chilena alejó el optimismo y la inocencia sobre un socialismo construido sin obstáculos por vías democráticas; porque se vio que el adversario, los poderes económicos, el imperialismo, no iba a tolerar que se pasaran determinadas líneas. Eso provocó un debate: ¿Hasta dónde respetarán esos poderes fácticos, nacionales y mundiales, que se toquen sus intereses? Es un elemento clave para quienes no queremos sólo gestionar mejor el capitalismo, sino ir más allá. Berlinguer, los comunistas italianos, sacaron también otra conclusión de lo sucedido en Chile, que apuntaló su política de “compromiso histórico”, ellos veían que sólo con el 51% de los votos, aun teniendo la mayoría y ganando las elecciones, no se podía ir a un cambio radical hacia el socialismo, que para eso, para neutralizar al enemigo interior, que es quien hace el llamamiento al auxilio de las fuerzas imperialistas, hacía falta una mayoría social mucho más amplia. En fin, creo que ese debate aún está abierto e inconcluso.

Seguramente no hay otro suceso que recabara una solidaridad unánime de la humanidad progresista como el de la libertad en Chile. Cercana a la que recibió la Republica española. Tenían muchas similitudes a pesar de los 34 años que las separaban: un gobierno de unidad popular que, tras ganar las elecciones, pretendía emprender profundas transformaciones del país, y por eso era derribado por un golpe militar. Más elementos comunes como el idioma, y que el mundo de la cultura, poetas, cantantes, escritores, tomó partido abiertamente por ambos gobiernos de izquierdas.

En los días cercanos a este 11 de septiembre, cuando se cumplen 50 años del golpe del general Pinochet, nos hemos encontrado con una buena noticia: la sentencia de la Corte Suprema chilena en la que se condena a los asesinos de Víctor Jara. Tras un laberíntico proceso judicial, que arrancó con una querella presentada en 1978, que fue sobreseída durante años, hasta que se reactivó en 1998, cuando Pinochet fue detenido en Londres tras la iniciativa del juez español Baltasar Garzón. Los acusados, todos militares retirados que hicieron carrera en el Ejército, alcanzando puestos de alta graduación, con edades entre los 73 años y los 83, han sido condenados a 15 años de cárcel por homicidio, y a 10 años por secuestro. Uno de ellos, el brigadier retirado, Hernán Chacón Soto, se suicidó el 29 de agosto, al conocer la sentencia.

Víctor Jara escuchó en su casa, aquel 11 de septiembre, las últimas palabras de Salvador Allende, emitidas desde el palacio de La Moneda mientras era bombardeado. Tomó su guitarra, se despidió de su esposa Joan, y se dirigió a la Universidad Técnica del Estado, para encontrarse con sus compañeros profesores y con los estudiantes. En asamblea decidieron pasar allí la noche como postura de resistencia al golpe. Víctor cantó ante los estudiantes. El día 12 la universidad es tomada por el ejército, y, los 600 encerrados, detenidos y llevados al Estadio Chile, donde se hacinan 5.000 presos. En el traslado Víctor es identificado por los militares, que le insultan, le golpean, y, a instancia de sus jefes, es llevado aparte, a los pasillos de los vestuarios, donde es interrogado y torturado. Odiado por su militancia en el Partido Comunista y su compromiso con el gobierno de la Unidad Popular. Golpean especialmente sus manos, las que hacían sonar su guitarra. Juegan a la ruleta rusa con él, y no cesan de propinarle culatazos. Hasta que lo acribillan a balazos. En el amanecer del 16 de septiembre se encuentra el cadáver de Víctor, con 44 impactos de bala, junto a otros seis asesinados en un descampado junto al Cementerio Metropolitano. Un trabajador de la morgue, comunista, reconoce a Víctor y avisa a su compañera Joan, que lo entierra en un funeral clandestino, en un nicho del Cementerio General de Santiago.

Son hechos sabidos, y sancionados ahora por la justicia. Menos conocido es el similar destino que padecieron dos ciclistas del equipo nacional de Chile, Luis Guajardo y Sergio Tormen. En estos días en los que es actualidad la Vuelta Ciclista a España, quiero recordarlo, porque da una idea de la amplitud de la represión, que alcanzó durante años a todos los sectores de la sociedad chilena. Los hechos ocurrieron el 20 de julio de 1974. La policía, la terrible DINA, se presentó a las 11,30 de la mañana en el taller de bicicletas del padre de Sergio Tormen, al que iban los ciclistas para ajustar sus máquinas. Allí detuvieron a Luis Guajardo, ciclista de la selección nacional y dirigente del MIR, Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Volvieron a las 13,30 y detuvieron a Sergio Tomen, ciclista dos veces campeón nacional de Chile, también militante del MIR; a su hermano Peter de 14 años, y a Juan Mayorga, seleccionador nacional de ciclismo de Chile. Peter había acompañado a su hermano al taller para revisar su bici, ya que tenía carrera al día siguiente. Los llevaron a todos al centro de torturas sito en la calle Londres 38 de Santiago. Dos días después, Juan Mayorga y el pequeño Peter, con los ojos vendados para no reconocer donde habían estado, fueron puestos en libertad. Sergio Tomen y Luis Guajardo nunca aparecieron.

Años más tarde, Peter también se hizo ciclista, y en 1987 ganó la Vuelta a Chile, una de las más prestigiosas carreras de Sudamérica. Fue una victoria inesperada, pues era considerado un gregario. Pero se metió en una escapada en la que no iban las figuras, sacó tiempo, y resistió hasta el final, apoyado por los líderes de su equipo, que lo consideraban un gran compañero. Peter Tormen ganó esa Vuelta a Chile con una bicicleta cuyo cuadro era el de la bici de su hermano Sergio. Cuando fue entrevistado en directo por la televisión chilena tras la victoria, y le preguntaron a quién dedicaba ese triunfo, Peter contestó: “A mi hermano Sergio, detenido y desaparecido”. La dictadura seguía en pie y fue un acto muy arriesgado. Pero es en esos momentos difíciles cuando se demuestra la valentía, y cuando las palabras sirven de verdad.

Artículo original en Mundo Obrero.

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